martes, 18 de febrero de 2014

Entornado

No me protejo de vos. No me protejo más de lo que está destinado a ser.
Te muestro y dejo ser lo que soy. Como soy. Como sale. Sí, ya sé, a veces me propaso. Es más bien cuando me voy del acá para proyectarnos allá. Pero ya lo sabré sofrenar. O no. Soy así. Y ya.
Ahora, a esta altura del partido, no pienso tomar la bandera del que dice no extrañar. ¿Cómo podés no extrañar a la persona que amás?

Porque en algún sentido hay que entregarse. Reposar en que una persona, y no cualquiera, la que amás, sabrá cómo llevar el barco cuando se salga de rumbo, y que siempre habrá un lugar para descansar, entre las tempestades de lo cotidiano. En el regazo de mi amada. Ahí donde sus manos hablan y dan el calor necesario para sanar. Para curar el alma herida. Para eso nos juntamos con personas. Para lograr ser. De una vez.

El entorno, esa circunstancia que cambia, y se adapta; y las células del cuerpo reciben el estímulo, del entorno, que muta y transmuta, que regenera y degenera.
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